Todos en algún punto de nuestras
vidas hemos heredado prendas, ya sean suéteres, pantalones, bufandas,
chamarras, sombreros… alguna vez se han preguntado ¿qué vivió ese sombrero
heredado? Seguramente no, por eso es que esta semana te traigo lo que me contó
uno de ellos.
Cuando recién
fue desempacado y puesto en el aparador, tenía la incertidumbre de saber qué clase
de dueño le iba a tocar tener, se imaginaba que al ser un sombrero negro de
vestir, con cinta alrededor, terminaría en una cabeza adinerada y poderosa. Tuvo
razón, pero no tanta. A la semana de llegar a la tienda, una joven que vestía
un largo y fino vestido, lo compró como regalo para su esposo, un joven
empresario que apenas iba despuntando en la compañía de bienes raíces donde
había logrado entrar. Ella se fue muy contenta y el sombrero se fue con la expectativa
de brillar en la alta sociedad.
Cuando llegaron
a casa, ella le puso un enorme lazo y espero a que su esposo volviera. Después de
cenar le entregó la caja con el joven e inexperto sombrero. Él la besó y se
probó la nueva adquisición que le quedaba un tanto grande. El tiempo pasó y la
feliz pareja pensó que nada podía arruinar lo que estaban construyendo, hasta
que la compañía quebró. Los malos manejos bien enmascarados del director,
habían llegado al punto en que no podían hacer nada por salvarla. Él se quedó
sin empleo y ella con un pequeño en su vientre.
Por más que
buscaba trabajo, no lograba que lo contrataran y los pocos ahorros que tenían
comenzaban a terminarse. El sombrero fue testigo de todo ello, viendo en el
rostro de su dueño la preocupación por sacar adelante a su familia. No podía
quedarse ahí, tan campante como si fuera ajeno a esa situación. Una tarde,
regresando de una de las tantas incursiones fallidas por empleo, el sombrero
vio un anuncio de “Se solicita carpintero”. No sabía si resultaría, pero aun
así, apenas sintió una leve brisa se dejó llevar hasta el modesto
establecimiento.
Como era de
esperarse, su dueño y amigo corrió para alcanzarlo. Lo logró, justo antes de
que el pequeño temerario, terminara a dos pelos de la cortadora industrial. Al incorporarse
y volver a ponerlo en su lugar, vio el anuncio y preguntó si aún lo requerían. Para
su fortuna el carpintero era un hombre de corazón noble que vio en su rostro la
necesidad, así que no le importó su inexperiencia. “Mañana a las 8 de la mañana”.
Por primera vez en varias semanas, el joven sonrió.
Al día siguiente
comenzó su aprendizaje y en muy poco tiempo aprendió todo lo que necesitaba
para llevar adelante el taller. No ganaba de más, pero fue lo suficiente para
poder darle a su familia una vida sin carencias. Su sombrero, siempre estuvo acompañándolo,
viéndolo sudar y llenándose de aserrín cada día, comenzaba a verse opaco y
perder su color por las veces que habían andado bajo la lluvia y el sol. A los
pocos meses nació Refugio. Desde pequeño el hijo del ahora carpintero, aprendió
de su padre lo que era el trabajo duro, el pelear por quienes se ama y sobre
todo, tener siempre la voluntad de levantarse sin importar el cansancio, ni las
veces que la vida te tumbe o dé una mala pasada.
El hijo fue a
la universidad y se tituló con honores. Antes de la ceremonia sus padres se
vistieron con lo mejor cuidado de sus ropas, y el padre estuvo a punto de ir
sin sombrero por no querer avergonzar a su hijo. Refugio lo tomo y lo llevo
bajo el brazo, esperando a que estuvieran en el lugar del evento para dárselo a
su padre: “si hay algo que me enorgullece en la vida, es ser tu hijo y saber
que todo lo que sé sobre trabajo, dedicación y fuerza, es gracias a ti. Nunca podría
sentirme avergonzado de ti, al contrario, ambos son mis más grandes enseñantes”.
El padre no
pudo más que abrazar a su hijo y a su esposa. En ese momento, el sombrero supo
que sin importar las miles de cabezas nobles que pudiera haber en el mundo, su
lugar estaba ahí, con personas de noble corazón y firme voluntad. Con el paso
del tiempo el carpintero ganó más años, más marcas en sus manos y arrugas en su
rostro. El sombrero lo acompañó en todo momento, hasta que llegó el momento en
que ya no tenía que ir a trabajar. Refugio había conseguido un buen empleo y
ganaba lo suficiente para devolver a sus padres una parte de que lo mucho que
les debía. En ese momento, cuando su hijo le dijo que no tendría que
preocuparse por nada, el padre le dio el sombrero y le dijo: “eres mi mayor
orgullo y sé que llegarás lejos, no puedo darte mucho, sólo estas palabras y
este sombrero que me ha acompañado desde antes de que nacieras”.
El hijo lo
aceptó y uso con el orgullo que le concedía la vida de su primer dueño. Ese
sombrero sigue dentro de esa familia y ha pasado de mano en mano con la
historia que aquí te relato. Ha escuchado y visto todos los eventos
importantes, ahora ya es mucho más viejo y sabio que cuando llegó a ese
aparador, pero no se cansa de contar las historias que vivió con ese carpintero,
me lo contó a mí.
Seguro que
ahora te preguntarás qué historia hay detrás de ese collar, o ese broche que te
dio tu abuelita. La verdad es que lo puedes saber, si te detienes a escuchar.
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