Los parques de diversiones son
lugares donde todo puede pasar, tanto bueno como malo. Ese es el meollo en la
historia una pingüino que conocí en uno de esos parques. Yo tenía 3 años menos
que ahora, y ese día era especial. Mi entonces
aún no novio me llevó a un festival de terror que se iba a realizar en dicho
parque. Antes de que comenzara a oscurecer subimos a varios y juegos y también
entramos a la zona de juegos de azar, a ver si conseguíamos algo. Es ahí donde
comienza el relato.
Ella era muy dulce, bueno, sigue
siendo, sólo que en ese entonces no conocía a nadie más que los demás pingüinos
que compartían aparador con ella. Para su desgracia, todos se tomaban muy en
serio su papel de muñecos y no hablaban entre ellos. La pequeña aún sin nombre,
sólo quería tener a alguien con quien poder platicar.
Es de comprenderse que todos
necesitemos alguien con quien poder intercambiar palabras, más siendo un ser
mágico con enormes ojos y relleno felposo. Se sentía muy triste y no podía
decir ni hacer nada para cambiarlo, sólo podía esperar. Los niños lo saben,
pero seguramente tú no: un muñeco sólo puede moverse después de que alguien los
tome bajo su cuidado, así es, aunque ellos pueden pensar, imaginar, soñar,
algunos incluso hablar muy bajito, no pueden moverse y eso es algo que los
estresa demasiado.
Bueno, la cosa es que ella estaba
en uno de los juegos a los que fuimos. Como era un juego que me gustaba, no
tuve problema en ganar, pero ahora venía la parte tardada: elegir el premio. Había
changos, bananas con rastas, perritos, aves, conejos y de más, pero entre todos
ellos, como era de esperarse, me dirigí a los pingüinos sin dudarlo. No sabía a
quién elegir, aunque todos estaban hecho bajo el mismo patrón, no tenían la
misma mirada.
Había uno que estaba irradiando
alegría, me vi tentada a tomarlo… hasta que la vi. Estaba rodeada de los demás
pingüinos, pero no se veía como ellos, no se veía feliz, a pesar de tener esos
enormes ojos lilas que combinaban con sus patitas y aletitas. Ella necesitaba
un abrazo, así que ella fue la elegida. Cuando la bajaron del estante, lo
primero que hice fue abrazarla, y de inmediato me puse a pensar en el nombre
adecuado para ella.
Fuimos a las atracciones de
terror y ella nos acompañó, se asustó con nosotros y sonrió por lo bajo cuando
la abrazaba con fuerza en cada susto. Antes de que acabara el día y volviéramos
a casa, ella ya tenía nombre y una familia a la que pertenecía y con la que
podía platicar, como tanto lo había deseado. Ella es Candy y seguramente aquí sabrás mucho sobre ella.
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