miércoles, 5 de septiembre de 2012

Un chocolate...

Algo fuera de la rutina, algo que probablemente nunca habría ocurrido en otras circunstancias y que inicia de una sola pregunta: "¿Qué te parece si vamos por un chocolate?"
Un cielo oscuro y cubierto por una fina capa de nubes que no tardan en liberar su carga y amenizar el momento con sus pequeñas gotas. Adentrarse en una platica que va más allá de lo que se dice en palabras y las definiciones superficiales.
Conocer a esa persona por su voz, sus gestos, la forma en que se pierde en el sentido y el sin sentido. Las sonrisas efímeras y nobles que dejan ver esa alegría que deslumbra y hace que el tiempo se detenga y acelere a la vez.
Esa felicidad que se irradia a momentos, como un sol intermitente que amenaza con dejar de brillar en el momento en que aparte la mirada, por eso no lo hago, no dejo de mirar, no quiero perderme ni uno de esos destellos.
La charla continúa y en breves minutos he descubierto más de lo que habría imaginado, tal vez más de lo que él mismo conoce.
Pero el tiempo no esta a mi favor, debo partir y estoy segura de que él está en la misma situación. No sé si es mi imaginación o realmente en su mirada está la misma expresión que en la mía. Esa sensación de que el tiempo a volado y que no basta lo que ha ocurrido. Temo pensar que sean alucinaciones mías en un intento por prolongar este momento.
Cuando estoy a punto de dar la vuelta y partir, algo me detiene y contemplo su rostro, me hace una invitación que no niego y lo sigo en dirección a su auto. En ese momento podría negarme, alejarme de ese ser que parece tan firme y perturbado a la vez, pero no es lo que quiero, así que subo y platicamos un rato más en el corto trayecto.
El interior ésta oscuro, pero las luces de los coches vecinos me permiten ver sus rasgos, sus sonrisas casi imperceptibles cuando hago comentarios que no comprende. Y sus ojos cuando trata de ver más allá de lo que mi mirada esta dispuesta a mostrar. 
Finalmente llegamos, ya no siento ese pesar por dejarlo, porque me ha dedicado una última fracción de su tiempo, por caballerosidad o por necesidad, no lo sé, y no me importa. Lo único que me importa es que ocurrió, que por un instante me perdí en el va y ven de su voz, y él escucho lo que brotaba de mis labios sin que me esforzara en pensarlo.
Me despido con una sincera gratitud en la voz y la promesa de vernos otro día. Me alejo y le dedico una último vistazo y un último ademan de despedida con la mano. 
Me doy la vuelta y solo me queda el recuerdo reciente, aun con su aroma, algo en que pensar. Y supongo, él también tendrá algo en que pensar.

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